KAGE NO MAHO (1)
Paula Jaén, Madrid
Una kutsunugi-ishi junto a una engawa o en una dobisashi, y varias koshi o yoshizu, incluso varios shoji (2), ordenados bajo los profundos aleros de una inmensa cubierta capaz de proteger del aplastante sol y de la intensa lluvia, abren paso hacia el interior. Dentro reina la más profunda y silenciosa sombra. Modulada por la escasa y expirante luz que se ha filtrado desde el exterior, se dice que en esa oscuridad habita la esencia de la belleza (3).
En ese espacio vacío y en penumbra, limitado por paredes enlucidas desnudas de colores neutros, el japonés dibuja su vida sin mobiliario ni ornamento alguno más que unos contados objetos que dispone y retira de su alrededor en determinados momentos del día: una hakozen o pequeña caja para comer, una tansu o cómoda con ruedas, un futon, una hako-makura o almohada de madera... Pequeños enseres que aparecen y desaparecen del escenario vacío de la casa engullidos por la espesa sombra. En un lateral de la estancia, un oscuro hueco de media estera de fondo (4) añade aún más profundidad a la sombra. Allí, las tinieblas juegan con los cansados rayos de luz que aún perduran impregnando el cuadro envejecido colgado en la pared y abrazando el jarrón de flores colocado en un escalón sobre el suelo. El acierto en el manejo de los distintos niveles de opacidad de la sombra que se refugia más allá del dintel superior, alrededor del jarrón, y en cada uno de los rincones que delimitan el hueco del tokonoma (5), otorgan a ese nicho pretendidamente vacío una armonía y una condición estética superior y absolutamente sorprendente, en especial para aquellos acostumbrados a la luminosa estética de Occidente.
Pequeños objetos portátiles, manejables, diseñados para servir de la manera más eficiente posible en el momento en que son necesarios, flotan en el vacío interior del espacio doméstico japonés fundiéndose en su ligereza y en su materialidad con el baile de densidades de la propia sombra. De madera o bambú, cubiertos de profundas y oscuras lacas (marrones, negras o rojas, que son las que entienden de tinieblas), estos objetos introducen en el ambiente una elegancia neutra, creando un equilibrio perfecto en su discreción y mesura con aquello que sostienen o acomodan. Los enseres del espacio habitado se convierten así en una base ineludible que, más allá de buscar protagonismo alguno, contribuyen de manera determinante a crear un entorno de limpia simplicidad y sencilla belleza.
El cuenco, el bol y un pequeño plato almacenados en el interior de la hakozen, se despliegan durante el desayuno, en el almuerzo o en la cena, y son colocados sobre la tapa del contenedor que pasa a funcionar entonces como una bandeja, acomodando la cantidad mínima necesaria individual de alimento. Además del sentido práctico, y como ocurre en la mayoría de los lugares del mundo, encontramos un gran sentido estético en el acto de comer en la cultura japonesa. Los alimentos, por lo general muy poco elaborados, buscan su equilibrio con los objetos soporte dispuestos sobre la mesa, incluso también con el fondo tradicionalmente oscuro de la habitación donde se encuentra.
La profunda sopa roja de miso (6) se fundirá con el cuenco de oscura laca. No hay mejor lugar en el que pueda ser presentada. Al levantar la tapa del recipiente, el vapor que asciende inicia una sucesión de intensas y amables sensaciones ciegas provocadas por la profundidad de la laca, sensaciones indispensables para el completo disfrute de la sopa. Del mismo modo, el pálido arroz descansará sobre el oscuro bol y las verduras encurtidas, amarillas, moradas, naranjas, reposarán sobre el pequeño plato, estableciendo un diálogo similar con las lacas.
“Para empezar, el arroz, solo con verlo presentado en una caja de laca negra y brillante colocada en un rincón oscuro, se satisface nuestro sentido estético y a la vez se estimula nuestro apetito. No hay ningún japonés que al ver ese arroz inmaculado, cocido en su punto, amontonado en una caja negra, que en cuanto se levanta la tapa emite un cálido vapor y en el que cada grano brilla como una perla, no capte su insustituible generosidad. Llegado a este punto, se da uno cuenta de que nuestra cocina armoniza con la sombra, de que entre ella y la oscuridad existen lazos indestructibles” (7).
El acto de comer también puede ser realizado de manera compartida sobre una mesa o chabudai. El atún rojo intenso, el salmón anaranjado, la caballa plateada, el miso blanco, el pálido tofu, el wasabi verde, el jengibre rosado... dispuestos sobre una oscura vajilla lacada y situados de manera aleatoria sobre el apagado tablero de la mesa, despiertan el apetito a través de su atractivo estético, atractivo que invita a intervenir en el equilibrado orden sin un plan preestablecido, pinzando un poquito de aquí y de allá, moviendo y jugando con los palillos a medida que se avanza en la comida. Abrazados por el ambiente en penumbra y apoyados sobre los objetos lacados, los distintos bocados parecen flotar en el aire. Si los distintos alimentos se dispusieran sobre una vajilla cerámica, pesada y fría, la experiencia sería distinta. El contraste de esta cerámica blanca con el ambiente japonés interior en penumbra perturbaría el equilibrio conseguido entre la armonía de colores de los alimentos y la oscuridad de la sombra. La reluciente cerámica, desprovista de la calidez y de la profundidad de la laca, no llegaría a entablar diálogo alguno con el denso aire de la sombra. Pero si, a la vez que se cambia el lugar donde reposa la comida, cambiamos también en ambiente en el que se integra, estaríamos en una situación quizás no tan distinta. La cerámica blanca, sobre un fondo níveo inmaculado, devolvería la sensación de levedad a los alimentos. La magia volvería a emerger si el fondo blanco se convirtiera en la nueva sombra.
Referencias:
[1]. Kage no maho: (del japonés) la magia de la sombra.
[2]. Términos japoneses que se refieren a los distintos elementos y
planos que podemos encontrar en los límites suaves y permeables de la
casa tradicional japonesa a través de los cuales se puede sentir la
vida que hay dentro. Kutsunugi-ishi: piedra para descalzarse; engawa:
galería o veranda; dobisashi: terraza de tierra cubierta; koshi:
celosía; yoshizu: persiana; shoji: puerta corredera de papel japonés
traslúcido con marco de madera.
[3]. TANIZAKI, Junichiro. El elogio de la sombra (1933). Madrid.
Ediciones Siruela, S.A., 2019. P.42.
[4]. Aunque sus dimensiones exactas varían de un lugar a otro de
Japón, una estera de tatami mide aproximadamente 1,80m de largo. Media
estera equivaldrá por tanto a 0,90m.
[5]. Literalmente ‘habitación del lecho, alcoba’. Hueco practicado
generalmente en la pared de la habitación principal, perpendicular al
jardín y que desempeña un papel capital en la decoración de la casa
japonesa tradicional. El gusto de los dueños de la casa se juzga por
la armonía conseguida entre el cuadro colgado, el objeto de cerámica y
el adorno floral que se colocan en su interior. (TANIZAKI, Junichiro.
El elogio de la sombra (1933). Madrid. Ediciones Siruela, S.A., 2019.
P.31-32).
[6]. El miso es un pasta de soja fermentada con sal y levadura,
hervida y picada. Se utiliza como base para una sopa de consumo muy
frecuente en Japón.
[7]. TANIZAKI, Junichiro. El elogio de la sombra (1933). Madrid.
Ediciones Siruela, S.A., 2019. P.39-40.
Imágenes:
Imagen 01: 1. Interior de una casa tradicional japonesa. Imagen tomada en el
Nihon minkaen / Japan Open-Air Folk House Museum. Kanagawa. Japón.
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