L'ESPRIT DE L'ESCALIER

Pablo Twose Valls, Barcelona



Flores Carlinas colgadas en la casa de Coderch en Espolla.
Fotografía de Francesc Català-Roca

La flor es una carlina, un tipo de cardo que pende en muchas puertas del norte de España. Dicen, que, al caer la noche, su forma de sol guarda la casa de los espíritus nocturnos. El arquitecto José Antonio Coderch la mantuvo siempre allí, colgada en el portalón de su casa de Espolla; aunque dudo que lo hiciera por superstición, si no, más bien, por amor a una tradición.

Además de cardos las puertas se han guardado con felpudos, llaves y cerrojos o con claras advertencias talladas en piedra: del “cave canem” al “cuidado con el perro”. Pero las puertas son, sobre todo, territorio de los dioses: desde el romano Jano y sus dos caras, a los guerreros Menschen chinos, pintados a ambos lados de la puerta, pasando por la mezuzá hebrea que aconseja anclar en la jamba de la puerta un pergamino enrollado que contiene versos de la torá; y que continúan en la tradición cristiana entre: Aves Marías, cruces y Corazones sangrantes esculpidos en numerosos dinteles.

Robert Smithson comenta: esta “propuesta es ‘no visual’ e implica el sustrato del sitio. Enfatiza el ‘concepto’ del arte más que el ‘objeto’ que resulta de su práctica”(2) . Sus palabras son significativas. Su trabajo es simultáneo, paralelo. Site. Non-site. Los conceptos con los que él se estaba enfrentando. En ese mismo contexto, en otros lugares -y en ninguno de ellos.

Una puerta jamás está sola, la habitan roces, costumbres y un sinfín de miradas. Las de los dioses son las más perturbadoras, pues cuando un Dios pone la mirada en algo, ese objeto tiende a permanecer quieto y obediente, ya sea una puerta o una sociedad entera. Esta quietud solidifica forma y nombre, hasta que ambos petrifican en el tiempo.

Un experimento:

Prueben a decir en voz alta:

- Puerta.

¿lo ven? La imagen se forma claramente.

Prueben con otro nombre, repitan en voz alta:

- Ventana.

Se forma un rostro. Puerta y ventanas, Boca y ojos.

Prueben con otro nombre más:

- Escalera.

¿Notan algo?

No sé a ustedes, pero a mí personalmente me cuesta fijarla en una imagen.

Intenten colocar la escalera en ese rostro imaginado que es la arquitectura, entre puertas y ventanas. Haré el ejercicio yo también. La sitúo tal vez como una lengua que espera en el interior de la boca, o como una dentadura en su quijada. Mal camino. La sitúo fuera, como si fuera un abalorio, un pendiente quizás, o un collar. Podría también internarme en el cuerpo, buscar en los sistemas sanguíneos o digestivos, pero cada vez me alejo más del rostro. Sigan ustedes si quieren, a mí me comienza a incomodar el juego. Por suerte, un pensamiento absurdo me viene a la cabeza.

¿Les pondría Coderch flores carlinas a sus escaleras?

Seguramente no. Una barandilla a lo sumo.

Entonces me asalta una preocupación. ¿Hay alguien vigilando las escaleras? ¿Han guardado los dioses a las escaleras tan siquiera una sola vez? Jacob la soñó muy alta, hasta unir el cielo y la tierra. Allí arriba vio a Dios, ciertamente, pero la escalera se desvaneció como se evaporan los sueños.

Sin esa mirada la escalera yace sin forma. Queda resumida en una acción, colocar un pie tras el otro hasta elevarse en una sencilla repetición.

Sin arquetipo la escalera se escabulle a ser imaginada en quietud. Puede ser visible o invisible tras los muros, puede ser recta o curva. Fluir como el agua o ser leve como el aire. Puede ser pesada como un pedazo de piedra tallada o liviana como un mueble. Puede unir o separar. Puede ser también un escaparate para ser visto al bajar o ser considerada santa y subirse de rodillas. Puede ser ceremoniosa o servil.

Cada arquitecto la contiene como puede o simplemente la deja ir sin saber que es en ella donde está inscribiendo sus iniciales.



Dibujo de Saul Steinberg

Mientras tanto se oyen sonoros quejidos: - ¡Esto no puede seguir así! – y después el murmuro infinito de las máquinas imprenta al publicar páginas y páginas de normativa. – ¡Hay que embridar a esta bestia! –

Quizás estemos asistiendo a la lucha de una nueva deidad por penetrar en un objeto y consagrarlo, al nacimiento de un arquetipo. Se nota porque todas las escaleras empiezan a parecerse y entre arquitectos nos hablamos en un idioma con vocabulario propio: escaleras protegidas, especialmente protegidas, de uso restringido o público, de la relación entre la huella y la contrahuella, del ancho, el alto y el número de peldaños seguidos. De la forma y medida exacta de la barandilla, desde el diámetro del pasamano a la separación de los barrotes. A todo este proceso, Óscar Tusquets lo tituló “El réquiem a la escalera”. Es sin duda un nuevo mundo hermético y vigilado, donde como arquitectos sólo podremos sobrevivir gracias a la hermenéutica.

Pronto, muchos, bajaremos las escaleras cubriéndonos el rostro, no como símbolo de respeto, si no de vergüenza; maldiciendo no haber logrado hacerlo mejor. Es justo en ese momento, bajando la escalera, cuando descubriremos al dios que la habita:
A “l’esprit de l’escalier”.(1)



Dibujo de Saul Steinberg

Espíritu que se le apareció por primera vez al francés Diderot precisamente mientras el enciclopedista estaba bajando unas escaleras. Recordaba, avergonzado, la escena que acababa de ocurrirle en el piso superior: Un orador le había replicado brillantemente un argumento, y él, abrumado, se quedó sin palabras delante de toda la audiencia y salió derrotado de la sala, se dispuso a bajar la escalinata y ya, en la parte a baja de la escalera, dio con la contrarréplica perfecta. Juzgó ridículo volver a subir y salió a la calle.

A esa aparición le llamó el espíritu de la escalera.



Dibujo de Saul Steinberg

L’esprit de l’escalier”, a pesar de las flores carlinas, debía visitar regularmente a Coderch, seguramente lo haría al atardecer, cuando acabado el día en su despacho el arquitecto se se disponía a subir a su habitación. Allí le asaltarían las soluciones que no dio en dibujar.

A los arquitectos nos rebaten nuestras propias obras. Son como el interlocutor de Diderot, nos cuestionan y, según el humor, puede que hasta nos increpen. Al salir nos quedamos pensando y sabemos que ya es demasiado tarde y que la única salida digna posible está ya en la siguiente obra, en la siguiente, y en la siguiente.



Referencias:


(1)La traducción correcta de “l’sperit de l’escalier” no sería espíritu, si no, que en realidad se trataría de “ingenio” ya que, en el siglo XVII cuando Diderot acuñó la frase, esta era la traducción más cercana.

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