CECI N’EST PAS UNE VILLE
Joan Alfós, Terrassa
La interpretación de una imagen sin contexto es un salto al vacío, en especial en estos momentos donde la cotidianidad se halla alterada por la pandemia, donde los espacios públicos sin gente han pasado de ser insólitos a ser usuales. Para entender el riesgo que significa hablar sobre una imagen descontextualizada podríamos imaginar que hallamos la fotografía en el bloque de sucesos de un periódico, supondríamos que estamos delante del escenario de un crimen, o en el bloque de economía, especularíamos si la imagen nos ilustra el parón del sector inmobiliario, o en el bloque de pasatiempos, entenderíamos que se trata de un juego donde debemos encontrar el elemento discordante o descubrir una imagen oculta. Existen muchos más bloques y por tanto muchas más lecturas posibles. Si bien es cierto que no sabemos cuándo y dónde se hizo la fotografía, si esta tiene título o pertenece a una serie, también es cierto que sabemos que la propuesta parte de una revista vinculada a la crítica arquitectónica y que el fotógrafo es un licenciado en Bellas Artes especializado en la fotografía de obras de arquitectura. Supongamos pues que hallamos la imagen en la sección de arte.
La fotografía nos incita a reflexionar al convertir un banco en el protagonista de la imagen, al situarlo en un primer plano centrado, al mostrárnoslo de espalda y vacío para nos sentemos y tranquilamente pensemos en lo que estamos viendo. Aunque la invitación es sutil y elegante no consigo sentarme, no consigo imaginar la escena sin el banco porque ésta se afea, pierde armonía
– los márgenes a ambos lados del banco son iguales y al eliminarlo eliminamos la razón compositiva que establece la forma cuadrada de la imagen, el diálogo entre los elementos/personajes se empobrece al eliminar al banco/personaje principal y el sfumato por efecto de la niebla, real o digital, se vuelve banal al perder su protagonista, el objeto cuyas formas no se han difuminado. Si los cambios afean la imagen propongo que la imagen es bella en sí misma. Racionalizar la belleza de la fotografía, no es suficiente, no me deja satisfecho pues siento que hay algo más, que la atracción hacia ella ha sido previa a su comprensión.
Vuelvo a la imagen, evitando pensar, dejándome llevar y anotando en un papel las asociaciones que me vienen a la mente. Selecciono y ordeno por categorías el batiburrillo de notas para tratar de hilvanar un hilo conductor. Mis primeras asociaciones son vivencias de la adolescencia, cuando en una tarde cálida de un aburrido verano decidimos saltar, con un amigo, el muro de nuestra escuela para probar los skateboards en la pista de baloncesto situada en el centro de un enorme y regio edificio en forma de U. Recuerdo el impacto del silencio, roto únicamente por el eco del ruido de las ruedas y nuestras risas nerviosas, la soledad del patio vacío, la inmensidad del edificio, la sensación de estar en un lugar desconocido, de percibir la belleza en un espacio que a día de hoy sigue pareciéndome vulgar. Otro bloque de asociaciones son los viajes realizados como universitario y como arquitecto, en especial dos; la primera cuando el bedel de la Escuela Superior de Educación de Setúbal, de Álvaro Siza, se apiadó de mí y me permitió visitarla estando cerrada y la segunda cuando las mujeres de la limpieza me dejaron diez minutos para ver la piscina pública construida por Heinrich Tessenow en Berlín, cuando esta estaba fuera de servicio. Ambos son espacios públicos vacíos, espacios vistos en soledad. Quizás estas vivencias son la razón por la que siempre he creído que Stendhal visito la Santa Croce, solo y con la basílica vacía. No he encontrado constancia de si entro solo o acompañado, pero intuyo que la percepción de lo bello está vinculada a la soledad y a la sorpresa del espacio vacío. Actualmente, muchas páginas electrónicas de viajes recogen el Síndrome de Stendhal como experiencia de lo sublime, una promesa que se me antoja imposible cuando te mueves en grupo por espacios atiborrados de gente.
El cine no es ajeno a esta belleza y así podemos ver a solitarios protagonistas deambulado atónitos por avenidas de ciudades vacías en un futuro distópico (Cesar por el Madrid de “Abre los Ojos” o Robert Neville por el Nueva York de "I am Legend”) o en un presente alternativo (Kevin Lomax por el Nueva York de “The Devil’s Advocate”). Estas escenas retratan paisajes urbanos donde el tiempo se detiene y el protagonista aparece solo y de espaldas frente a la vacía y atemporal inmensidad como ocurre en la belleza romántica de los cuadros Caspar David Friedrich o en la belleza metafísica de las ciudades pintadas por Giorgio de Chirico. Ahora estas visiones urbanas se han hecho realidad a raíz del confinamiento de la población. La pandemia ha dejado plazas y avenidas vacías, autopistas y centros comerciales desérticos, imágenes surrealistas convertidas en imágenes reales.
La falta de contexto me impide afirmar si la fotografía busca la belleza del espacio público vacío o la denuncia de una realidad urbana o ambas a la vez. Sea como fuere, si se puede afirmar que la fotografía no es una ciudad, ya sea porque solo es su representación o porque una ciudad inhabitada deja de ser una ciudad. La diferencia entre idea, representación y realidad de un objeto se evidencia tanto en el cuadro “Ceci n’est pas une pipe” (René Magritte, 1929) como en la instalación “One and Three Chairs” (Joseph
Kosuth, 1965).
Una ciudad sin ciudadanos pierde su significado, no solo etimológicamente (del latin “civitatem”, conjunto de ciudadanos, proveniente de “civis”, ciudadano) sino conceptualmente, pues pierde su finalidad, dar cobijo a las personas y sus actividades. Un pedestal que pierde su escultura, su finalidad de dar apoyo, deja de ser un pedestal. Una fábrica que pierde sus máquinas deja de ser una fábrica, aunque sigamos nombrándola como tal en memoria de lo que fue o en espera de lo que será; si colocamos libros la fábrica será una biblioteca o si colocamos obras de arte será un museo. Más allá de la permanencia de la forma como continente de funciones que cambian en el transcurso del tiempo, me interesa como la tendencia fotográfica de buscar la belleza en las formas arquitectónicas desnudas -sin personas- parece haberse convertido en canon, como la estética del vacío se impone en la cultura digital o como el poder en la mirada transformadora del fotógrafo, en busca de la atemporalidad y la abstracción de espacios desiertos, incide en acervo visual del colectivo, arquitecto, cliente y usuario.
El momento preciso para fotografiar un espacio o un edificio es aquel donde las personas desaparecen de la escena, ¿de dónde ha salido esta certeza inconsciente? Quizás intuimos que las personas nos afean la imagen, nos la ensucian al ocultarnos partes de esta o nos distraen al introducir una narrativa, un tiempo. Juguemos pues a encontrar las diferencias entre el espacio ocupado y el desocupado como propone René Magritte en el
“Hombre con periódico” (1928) o José Manuel Ballester en su serie y exposición de “Espacios Ocultos” (2008) donde elimina la presencia humana de cuadros célebres de la pintura. Cuestionar la máxima que el espacio deshabitado es más bello que el habitado es un trabajo necesario e individual, pues la belleza es subjetiva, no está solo en lo observado sino que también depende del observador.
Al revisar las imágenes de arquitectura de la red, veo fotografías de escuelas sin alumnos, restaurantes sin comensales, calles y plazas sin transeúntes, imágenes con voluntad de conmover estéticamente al espectador que se han convertido representaciones de Ceci n’est
pas une école, un restaurant ou une place. Quizás el cansancio inconsciente provocado por la iteración de imágenes de arquitecturas vacías se ha vuelto una incomodidad consciente cuando el paisaje urbano vacío ya no es excepcional y cuando se nos impone la soledad del aislamiento doméstico. Si la progresiva masificación de la sociedad tiende a canonizar la estética del vacío, el aislamiento social vivido, y que nos queda por vivir ¿invertirá esta tendencia?
Imágenes:
01: Monaje del autor sobre la fotografía de José Hevia.
02: René Magritte, Hombre con periódico (1928)
03: Diego Velázquez, Las Meninas (1656)
04: José Manuel Ballester, Palacio Real (2009), en el marco de la Cancealed Spaces Exposition de Miami (2013)
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