DENSIDAD (APARENTE)
Alberto López del Río, Valladolid
“Las neblinas heladas de otoño, la bruma apacible suspendida sobre la tierra en primavera, el humo azul ascendiendo de los fuegos de cocinas en la tarde… todas esas cosas pueden colmar mi efímera vida”.
Natsume Soseki. Kusamakura
Los fenómenos ambientales, cambiantes y efímeros, son representados con frecuencia en la literatura, la poesía o incluso la pintura. Su leve presencia física, su escasa corporeidad, tienen una honda cualidad poética que podemos aprehender y reproducir por medios escritos o pictóricos, cuya capacidad descriptiva atrapa y evoca las sensaciones que nos provocan tales fenómenos, sin que el fenómeno mismo esté realmente presente.
Como disciplina que tradicionalmente ha trabajado en la esfera de lo material, de lo tangible, los fenómenos naturales han encontrado una difícil traslación al ámbito de la arquitectura por la complejidad misma de convertirlos en elementos formales o soluciones materiales, dado su carácter voluble. Arata Isozaki, muy interesado en la manifestación arquitectónica de sensaciones vinculadas a estos fenómenos se hace eco de esta dificultad. “En gran parte de mi obra la coordinación de asociación es más complicada. Las imágenes fijadas por mí no son concretas y, por lo tanto, resulta difícil aludir a ellas. A menudo mi obra está relacionada con un fenómeno natural, como “crepúsculo”, “nube”, “agua”, “oscuridad”, etc. Tales imágenes no pueden representarse adecuadamente por medio de ornamentos concretos o gráficos formales” (1).
Sin embargo, hay determinadas obras que son capaces de atrapar las condiciones ambientales en su materia, haciendo, de esta forma, que la definición del espacio se vuelva inconsistente, variable, al atacar a la percepción de su densidad misma y romper su aparente condición inamovible.
En su conocido escrito “Tarzanes en el bosque de los medios” (2) Toyo Ito enfatiza la fluidez del espacio desarrollado en el Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe. Sin embargo, no se trata de la habitual referencia al espacio fluido a la que estamos acostumbrados, en la que se exalta el resultado de un proceso compositivo espacial. Los mármoles, el metal pulido, el agua de los estanques, recogen en su superficie y multiplican los rayos del sol, lo que provoca una especie de cambio en la densidad perceptiva del espacio. Este espacio de reflejos, indefinido, provoca que el usuario se mueva por él como si estuviera dentro de un líquido que cambia continuamente al ritmo de las condiciones ambientales, obligándole a una constante búsqueda de referencias en su deambular.
Dominique Perrault y Gaëlle Lauriot-Prévost, en su instalación en Kolonihaven de 1996, delimitan un pequeño espacio que contiene un árbol mediante cuatro láminas de vidrio. Se trata de la definición mínima de un espacio “humano” dentro del paisaje natural, una pequeña parcela de tierra con un jardín, representado por el árbol, extraída y diferenciada de su entorno. La obra se convierte en una reflexión sobre el límite, sobre una separación física pero no visual entre interior y exterior, produciendo una interferencia mínima en el paisaje. Sin embargo, la obra construida se convierte en algo más. Las delgadas láminas de vidrio se vuelven translúcidas con el frío, haciendo perceptible lo que casi no lo era. El cerramiento adquiere una densidad de la que antes carecía y el espacio interior arquitectónico, que apenas parecía destacarse en el entorno, se convierte en una entidad espacial diferenciada y se vuelve inaccesible visualmente. El espectador debe buscar un resquicio para poder verlo. Lo que estaba definido geométrica y constructivamente pasa a tener unos valores cualitativos inestables, enfatizando la temporalidad de las características del espacio.
Toyo Ito se refiere a los primeros rascacielos de vidrio de Mies como “columnas de hielo que parece que empezaran a fundirse en el aire” (2). Al introducir en la obra construida estas interacciones con los fenómenos naturales se produce un cambio similar en la densidad aparente de la materia y el espacio. Ya no se trata únicamente de una realidad física definida por sus límites construidos sino que la cualidad de materia y espacio se vuelve voluble. Esto provoca una alteración perceptiva que modifica la relación del cuerpo humano con el espacio. Las referencias se hacen cambiantes e inconsistentes. La consciencia espacial se agudiza.
Referencias:
(1) Arata Isozaki “Una arquitectura de alusión y metáfora” (1978). En DREW, Philip. Arata
Isozaki. Barcelona: Gustavo Gili, 1983. pp. 197-199
(2) Toyo Ito “Tarzanes en el bosque de los medios”. En 2G. Revista internacional de
arquitectura nº 2: Toyo Ito. Barcelona: Gustavo Gili, 1997. p.122.
Imágenes:
01. Olafur Eliasson. The weather project, Tate Modern Gallery, Londres (2003)02. Interior del Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe
03. Instalación en Kolonihaven, Dominique Perrault y Gaëlle Lauriot-Prévost. Imágenes con los vidrios en los diversos estados de transparencia
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