ES IMPOSIBLE DOMAR LA NIEBLA
François Guynot de Boismenu, Conflans Sainte Honorine
Imagen tomada de maß oder proporcion der ross de Hans Sebald Beham (1528)
“El hombre es el que camina en la niebla.”
Los testamentos traicionados. Milan Kundera
De niño yo pensaba ingenuamente que el caballo perfecto era el que Noé había incluido en su arca. Me parecía algo evidente, hasta que un día me contaron la fantástica historia del bagual perdido de Marión (Arroyo Negro, Uruguay, 32°32’27” S – 57°39’15” W).
I
En 1525 Hans Sebal Beham fue expulsado de Nuremberg con su hermano y su amigo Georg Pencz por herejía. Los tres artistas fueron llamados “pintores impíos” por burlarse del patriarca Noé. En 1528 como buen renacentista, Sebal Beham se preguntó ¿Cómo debería ser el caballo perfecto? Busco las proporciones que deben de tener los huesos de las piernas, las mejores relaciones entre el anca con el dorso e investigó la armonía entre la punta de la nariz con las orejas y los ojos. Cuando publicó su estudio fue desterrado de la ciudad nuevamente, esta vez por haber plagiado la obra de Albrecht Dürer (1471-1528) titulada “las proporciones del caballo”, estudio para su gravado “El Caballero, la Muerte y el Diablo”. (1)
Imagen tomada de la Perspectiva de Lautensack (1618)
Durante el renacimiento europeo, matemáticos, geómetras y artistas buscaron determinar las proporciones ideales. Formas primeras de las que descienden todas las demás. Estas teorías se desarrollaron utilizando siempre formas básicas como andamios, basados en cuadrados, triángulos, círculos y múltiples líneas de guía.
De todos los animales, los caballos son los ejemplos más evidentes de fuerza y belleza. En una época fueron la forma de transporte más común, esenciales en el proceso agrícola, un lujo para los aristócratas y lo más importante fueron la base de los ejércitos. La dominación o la caída de un imperio podía depender del poder y la perfección de su caballería montada. (2)
Hoy en un aire de juego, junto al tobogán y el arenero siempre encontraremos al caballo sobre un indómito resorte.
II
Según me contó mi madre yegua nací potro en otoño, un día de niebla, por las orillas del arroyo Negro en un monte de algarrobos de la estancia del ensueño.
Desde el instante que me puse de pie pasé a formar parte de una mentada tropilla, porque había sin pretensiones, del pelo que usted pidiera.(3)
La mayoría eran moros, pero también había dos zainos y tres bayos, un tostao y también un alborotado overo poroto. Un cebruno y un gateao, tres azulejos y un tostado
ruano. Un manchao y dos doradillos, tres alazanes y una vieja yegua rosilla.
Un picazo y dos malacaras, un tobiano, un pinto y un tordillo sabino.
Con mi madre éramos los únicos coloraos de esta ensoñada tropilla.
En mi tercera primavera de potro, perdí a mi madre, murió cansada de tanto andar. No tuve tiempo de relinchar su pérdida que ese mismo día me llevaron para las casas y me enlutaron en un corral. El resto de ese año lo pasé entre la tropilla y el corral. En él tuve el primer contacto con las manos del hombre, al principio fueron palmadas en el lomo, caricias en la tabla del cuello y en la frente. No eran desagradables, al contrario, eran demasiado perfectas. Sistemáticamente me traían a la memoria los torpes cariños de mi madre yegua, así fue como comencé a desconfiar de tanto dedo.
Esas mismas manos fueron las que me lanzaron el lazo por primera vez. Antes de que el hombre tirara de él por instinto traté de escapar, pero no lo logré. El lazo atrapó mis orejas y el dolor penetró en todo mi cuerpo. Cuando seguía confuso entre dolor y miedo me pusieron el bozal y luego me llevaron tirado por un caballo zaino de cincho para el palenque. Primero me ataron corto y por seguridad me manearon las patas y luego siguieron los manoseos. Me aburrí de esta situación forzosamente agradable y sentí la necesidad de morderle la mano al hombre, al instante la otra me golpeó la cabeza entre las dos orejas. Todavía mareado por el puñetazo me encontré que seguía atado al palenque, pero ahora con más movilidad. Al final del día quede resentido de tanto tironear, patear y de dar tantas vueltas al maldito palo.
Con el correr del tiempo las ataduras eran cada vez más sofisticadas y a pesar de mis malas maneras empezamos una relación con el hombre. Cuando tenía intención de patearlo, el hombre, me rascaba el anca, si se me ocurría volver a morderlo, él, me acariciaba la cabeza al mismo tiempo que me regañaba y si me venían cosquillas, el hombre cepillaba más dichos lugares. Cuando llegó la luna nueva ya tenía la costumbre de levantar manos, patas, y presentar mi cabeza para el bozal. Lo más importante para mí, fue que estas actividades me fortalecieron de abajo, adquirí una fuerza digna de un bagual. Así fue como el hombre me pasó a llamar “el
bagual de Marión”
Lo peor estaba por venir, entre las dos lunas en cuarto creciente el hombre trabajó la llamada “tirada de boca”. Presenté la cabeza para el bozal como ya era la rutina, pero esta vez con una mano el hombre me forzó a abrir la boca y con la otra me colocó el bocado.
Me pusieron un cinchón por el lomo y de él prendieron dos riendas, luego de pasarlas entre las patas, por el pecho y atravesar la argolla del bocado, el hombre tiró al mismo tiempo de ellas para hacerme caer. Me manearon las patas y las manos de manera muy corta, quedando totalmente dominado y a tierra. El hombre tiró aún más fuerte de las riendas obligándome a plegar
el cuello hasta tocar el pecho. Yo sentía que mi columna vertebral se arqueaba cada vez más a causa de los tirones secos que pasaban por mi boca y todo mi cuerpo. Ahí me vinieron ganas de patear y cabecear, haciendo que el hombre se viera obligado a aflojar la tensión de las riendas. Inmediatamente volvió a tirar de ellas y yo volví a protestar. Así estuvimos con el hombre tirando y aflojando, a la quinta vez el suplicio terminó. Supuestamente tirar de mi boca era necesario para sensibilizar mi encía y ablandar mi nuca, eso fue lo que me dijo la vieja rosilla, pero yo solo sentía dolor, incomprensión y mucho fastidio.
A la mañana siguiente me voltearon otra vez, cuando volví a ponerme de pie. Seguía atontado y asustado, el hombre pasó a tranquilizarme con todos sus dedos. Él no paraba de decirme palabras de hombre al mismo tiempo que me ensillaba. En ese momento reconocí a mi lado la vieja rosilla, me ataron corto a ella y salimos los dos a dar vueltas por el corral. Ella se cansó con mis malos modales y me dijo que dejara de ser arisco y de hacerme el indomable, que era inútil y contraproducente.
Doma a principios del siglo XX, en alguna parte de la pampa
El día de luna llena me ataron al palenque, me ensillaron y me cubrieron los
ojos. Al instante sentí un peso sobre mi lomo, cuando volví a ver, el charco de agua en mis pies reflejaba un muñeco con forma humana, no tenía dedos, pero si una fusta y clavos en sus pies. Cuando me soltaron del palenque salí corcoveando y a saltos.
Luego de múltiples patadas en el aire y paradas de manos, me puse a girar con toda velocidad en el corral. El muñeco con todo su peso seguía arriba mío, había perdido los clavos, pero no su fusta. Cuando vi a lo lejos el monte, sentí el llamado de mi madre, salté la valla y me fui a todo galope dejando atrás el corral, las casas y al hombre perplejo.
Nunca más me encontraron, ni a mí ni al muñeco, esto fue el origen de la popular frase: «se perdió como el bagual de Marión». Desde ese día me han vuelto a ver en varios lugares de la región. Por las mañanas de niebla, suelo salir de los montes con el muñeco en el lomo, corcoveando, relinchando y a todo galope por las colinas. Luego me vuelvo a perder, porque ¡para siempre seré bagual!
III
La palabra doma, es la acción de domar, del latín domare, a su vez procedente de domus, en el sentido de vivienda. El término domus es muy antiguo, de etimología indoeuropea dom, que designaba a la familia y tiene su origen en la raíz dem, cuna del término construir.
La construcción se aparenta así a la doma; instintivamente ellas son salvajes, fuente de conflictos, naturalmente asimétricas y con una meteorología incierta.(4)
Una vez terminadas o domadas, las obras como los equinos tienen una gran variedad de temperamentos. Hay obras nerviosas, ágiles, dominantes, alegres, difíciles, ansiosas, complicadas, activas, dóciles, fuertes, sensibles, valientes, frías, equilibradas, melancólicas y otras tranquilas.
IV
Si el hombre es el que avanza en la niebla y el caballo es el que galopa por la niebla, la obra es la que se construye a pesar de la niebla.
Referencias:
(1) 1528 - Hans Sebald Beham publica el trabajo de Durero sobre proporciones de caballos sin permiso. Acusado del plagio de la obra de Durero, Sebald Beham huyó de Nuremberg. El 6 de abril del mismo año muere Alberto Durero en Nuremberg, a la edad de 57 años. Publicación de los “Cuatro libros de proporciones del cuerpo humano “. Está enterrado en el cementerio de San Juan en Nuremberg.
(2) Hoy también son una unidad de medida de potencia.
(3)En memoria de la canción “la tropilla” de Santiago Chalar, letra del poeta Clodomiro Pérez. El poema cuenta los 27 matices de pelos de una ensoñada tropilla.
(4) He tenido una obra que no pude terminar de domar, otros se han encargado de hacerlo. Ella ha quedado salvaje para siempre en mi memoria
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