NEBBIA

Rubén Páez, Barcelona



Fotogramas de Amarcord. Federico Fellini. 1973

Resulta entrañable rememorar una maravillosa escena
de la película Amarcord de Federico Fellini, en la que el abuelo paterno, tras salir de casa a dar un paseo se interna en una húmeda, cálida y espesa nebbia que lo cubre todo y, desorientado y perdido cree por un momento haber muerto. En ese aparente tránsito
de un mundo real a un universo onírico, el abuelo con enorme lucidez grita: «Ma dov’è che sono? Mi sembra di non stare in nessun posto. Ma se la morte è così, non è un bel lavoro». ¿Es así la muerte según Fellini?, ¿un lugar sin nadie, sin nada, en el que uno se encuentre absolutamente solo?

La niebla, agua gaseosa que fluye suspendida en el aire, difumina los límites visibles del abuelo, haciendo casi impenetrable su vista ante lo que le rodea. El hálito del anciano se funde con ésta como si formara parte de la respiración de un gigantesco organismo superior. El exterior de la casa familiar se torna un lugar silencioso y repleto de calma. Una profunda sensación de misterio y soledad se apodera de la secuencia. Flotando en la niebla el abuelo se siente perdido con la sensación de que el mundo existe pero ya no es parte de él.

El agua, inequívocamente componente de este fenómeno atmosférico y en mayor o menor medida disuelta en el aire, se torna densa o sencillamente frágil modificando su modo de capturar la luz, alterando la manera de percibir la realidad. La luz, constante y uniforme inunda la escena paralizando el tiempo, y otorgando una extemporaneidad que borra todo rastro de forma visible y referencias físicas al protagonista…

En un universo convertido en bruma, los pintores del romanticismo europeo del siglo XIX, la plasmaron como símbolo de la inabarcable vida eterna que tenemos ante nosotros, de la belleza inhumana del paisaje o de la regeneración de la naturaleza frente al inexorable destino del ser humano. También de la falta de clarividencia ante algo, de la incertidumbre o del desconcierto en la percepción de lo que acontece ante nosotros. La manera de sentir y concebir romántica de la naturaleza estuvo estrechamente ligada a una búsqueda inequívoca y constante de la libertad auténtica.

La niebla parapetada ante nosotros nos llama, nos susurra,nos persuade con sus encantos a caminar hacia ella. Entrar supone hundirse, esfumarse, desaparecer como cuando nos apartamos del camino en un inconmensurable bosque de densos y frondosos árboles sin que nadie pueda encontrarnos jamás. Atravesarla con todas las dudas y miedos pero con la sensación de que todo está en nuestra mano. Cruzarla sin echar la vista atrás. Un efecto inquietante y liberador a la vez. Flotar, danzar y perderse en el follaje de la bruma. Ser devorados por un paisaje indefinido, impreciso e ignoto sin dejar rastro. Una huida de la realidad con una única certeza como objetivo, caminar hacia los sueños. Un viaje transformador concebido como una nueva vida ofrecida dentro de otra.

Franquearla comporta experimentar en carne propia el fenómeno físico de la refracción. Entendida como el cambio de dirección de la propagación que experimenta una onda, por ejemplo, la luz, al atravesar medios de distintas variables. La realidad cambia de ángulo, cubierta de un velo invisible produciendo una discrepancia con respecto a sí misma. Todo es ambiguo y aparente. Poco pueden ver nuestros ojos, tan solo un acceso a un conocimiento parcial de la realidad. Todo es confuso e impredecible, exigiendo unos nuevos ojos con los que ver, o unas nuevas gafas con las que mirar.

Al sumergirnos y nadar en ese medio acuoso, la realidad, velada, se ve modificada como lo hace el
lenguaje a la literatura transformando la realidad en otra realidad. Los límites se difuminan perdiendo significado. Las formas desaparecen y el arte de lo visible pierde sentido. La niebla es una invitación a la duda pero también el lugar en el que encontrar la lucidez que nos reencuentre con el pensamiento. Un mundo que se revela sólo si avanzamos por caminos sin certezas. Un mundo cubierto de nebbia, pero en el que se oye la vida que hay en él.

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