UN RECUERDO

Gillermo Zuaznabar, Barcelona

Quiero guardar una imagen y rememorar dos virtudes de Pedro: su primera virtud la generosidad. La segunda, a mi entender ligada con la primera, su interés por la arquitectura.
Nos conocimos en el 2002, en la edición de un dvd, para el cual necesitábamos manos y ojos que ayudaran a poner imágenes a un texto. Y Pedro apareció. No recuerdo por qué, ni cómo, pero sí recuerdo su buen humor y que estaba dispuesto a colaborar. Había leído el texto que queríamos ilustrar, compartía la defensa y el enfado que propició su escritura y Pedro se puso a trabajar con nosotros. "Nosotros" éramos Jon, Carme, Josep, Pep, Juanjo, Roger. Su ofrecimiento fue franco, nunca hablamos de deberes ni de haberes. Nunca hablamos de dinero, no había, no importaba. No midió el trabajo, no reclamó nada, fue generoso. De Pedro aprendí que lo importante no era el vídeo sino la colaboración entre compañeros que comparten un mismo espíritu por el trabajo, o aún mejor que compañero es quien sabe convertir el trabajo en afecto. No es fácil encontrar compañeros así. Inicialmente su generosidad me resultaba sospechosa, suponía que se apoyaba sobre una posición privilegiada. Su despreocupación por lo material, sus despistes, sus chistes y sus risas por mis preocupaciones por el dinero, confirmaban mi idea. Aún me impresionan sus gestos despreocupados, nada presuntuosos. Un día, podía simplemente no tener dinero, otro, podía sacar un billete arrugado del bolsillo del pantalón y dejarlo caer en la mesa. Sabía hacerlo sin que se notara, elegantemente. En los gestos y en la conversación Pedro guardaba un estilo elegante y aparentemente despreocupado.

Su despreocupación contrastaba con su gusto por la arquitectura. Pero el desinterés por lo material no es un buen aliado para construirla. Hoy, además, creo que el interés por construirla tampoco es un buen aliado para apreciarla. Compartíamos nuestros intereses y los proyectos en los que trabajábamos y en los que nos gustaría trabajar. Le gustaba interrogarme, era un amigo curioso. Nuestras últimas conversaciones durante la pandemia no fueron divertidas, en lo personal Pedro estaba preocupado. Recuerdo la última llamada, buscaba tiendas de campaña transparentes con forma de iglú. Me dijo que quería plantar esas tiendas en el desierto del Sáhara para que uno pudiera acostarse resguardado y al tiempo ver las estrellas. Ésta es la imagen de Pedro que quiero guardar: sonriente en el desierto, fundiéndose con las estrellas y con ese azul oscuro intenso de un cielo que nace muy bajo, en la misma arena.

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