Mudanza literaria.
Montse Solano, Málaga
Toda mudanza remueve –desplaza -desordena. Cambiar los objetos –tus objetos- de un espacio a otro es toda una revolución. Un ejercicio de (des)composición. Y toda una actividad de malabarismo.
Toda mudanza altera –mide –escala. Cambiar los objetos -tus objetos- de sus posiciones relativas es toda una explosión. Un ejercicio de (des)proporción. Y toda una actividad de modulación.
Toda mudanza, sin embargo, es también una oportunidad. Un estado intermedio para volver a mirar los objetos –tus objetos- de manera individualizada. Para alejarse de la escenografía de una casa y observar cada una de las partes que configuran la atmósfera de una habitación. Y todo un reto: para intentar embalar -agrupar- acoplar (en cajas estandarizadas) cada fragmento del espacio personal.
Paul Auster. El Palacio de la Luna. 1989.
I.
"Llegué a Nueva York en el otoño de 1965. Tenía entonces dieciocho años, y durante los primeros nueve meses viví en un colegio universitario. (…)Pero cuando terminó el curso me trasladé a un apartamento de la calle Ciento doce Oeste. Allí fue donde viví durante los siguientes tres años (…). Viví en aquel apartamento con más de mil libros. Anteriormente habían pertenecido a mi tío Víctor, y él los había ido adquiriendo poco a poco a lo largo de treinta años. Justo antes de que me fuera a la universidad, me los ofreció, en un impulso, como regalo de despedida. (…) Me llevé los libros, pero durante año y medio no abrí las cajas en donde estaban guardados. (…)
Resultó que las cajas me fueron muy útiles en aquella situación. El apartamento de la calle Ciento doce no estaba amueblado, y en vez de despilfarrar mis fondos en cosas que no quería ni podía permitirme, me dediqué a convertir las cajas en piezas de «un mobiliario imaginario». Era algo parecido a hacer un rompecabezas: agrupar las cajas de cartón en configuraciones modulares, ponerlas en hilera, apilarlas una encima de otra, colocarlas una y otra vez hasta que al fin empezaron a parecer objetos domésticos. Un grupo de dieciséis me sirvió de soporte para el colchón, otro grupo de doce se convirtió en una mesa, otros de siete se convirtieron en sillas, uno de dos en cabecera. El efecto general era bastante monocromático, con aquel sombrío marrón claro en todas partes donde miraras, pero no pude por menos de sentirme orgulloso de mi inventiva. A mis amigos les pareció un poco raro, pero ya habían aprendido a esperar de mí cosas raras. Imaginad la satisfacción, les explicaba, de meterte en la cama y saber que tus sueños van a descansar sobre la literatura norteamericana del siglo XIX. Imaginad el placer de sentarte a comer con todo el Renacimiento escondido debajo de la comida. En realidad, yo no tenía ni idea de qué libros había en cada caja, pero en aquel entonces yo era fantástico inventando historias, y me gustaba el sonido de aquellas frases, aunque fuesen mentira.”(1)
II.
“Mis muebles imaginarios permanecieron intactos casi un año. Luego, en la primavera de 1967, murió el tío Víctor. (…) Fue entonces cuando empecé a leer los libros (…). Elegí al azar una de las cajas, corté cuidadosamente la cinta adhesiva con un cuchillo y leí todo lo que había en su interior. Resultó ser una extraña mezcla, embalados sin ningún orden o propósito aparente. Había novelas y obras de teatro, libros de historia y de viajes, manuales de ajedrez y novelas policíacas, ciencia ficción y filosofía; un caos absoluto de letra impresa. No me importaba. Leí todos los libros hasta el final y me negué a juzgarlos. (…) Una por una, abriría cada caja, y uno por uno, leería cada libro. Ésa era la tarea que me había fijado, y la cumplí hasta el final. (…)
Dado que las cajas no estaban numeradas ni etiquetadas, no tenía modo de saber de antemano en qué período iba a entrar. El viaje, por tanto, estaba hecho de breves excursiones discontinuas. De Boston a Lenox, por ejemplo. De Minneapolis a Sioux Falls. De Kenosha a Salt Lake City. No me importaba tener que ir dando saltos por el mapa. Al final, se llenarían todas las lagunas, se cubrirían todas las distancias. Ya había leído muchos de esos libros y otros me los había leído Víctor en voz alta: Robinson Crusoe, El doctor Jekyll y Mr. Hyde, El hombre invisible. Sin embargo, no dejé que eso se interpusiera en mi camino. Me adentré en todos con la misma pasión, devorando las obras conocidas tan ávidamente como las nuevas.”(2)
III.
“Pilas de libros acabados se alzaban en los rincones de mi habitación y cuando una de estas torres parecía estar en peligro de derrumbarse, llenaba dos bolsas de la compra con los volúmenes amenazados y me los llevaba la próxima vez que iba a Columbia. (…) A medida que vendía los libros, mi apartamento iba experimentando muchos cambios. Era inevitable, ya que cada vez que abría una nueva caja, simultáneamente destruía un mueble. Mi cama quedó desmantelada, mis sillas se fueron encogiendo hasta que desaparecieron, mi mesa de trabajo se atrofió hasta dejar un espacio vacío. Mi vida se había convertido en un cero creciente, algo que podía incluso ver: un vacío palpable, floreciente. Cada incursión en el pasado de mi tío, producía un resultado físico, un efecto en el mundo real. Las consecuencias estaban siempre ante mis ojos. (…)
Quedaban tantas cajas, tantas habían desaparecido. Me bastaba con mirar mi habitación para saber lo que estaba sucediendo. La habitación era una máquina que medía mi situación: cuánto quedaba de mí, cuánto se había ido. Yo era a la vez el perpetrador y el testigo, el autor y el público de un teatro en el que había una sola persona. Podía seguir el proceso de mi propio descuartizamiento. Pedazo a pedazo, me veía desaparecer."3

Toda mudanza es una transición. Colocar los objetos –tus objetos- en otro espacio es una evolución. Un ejercicio de nomadismo. Y toda una actividad selectiva.
Toda mudanza es una transformación. Colocar los objetos –tus objetos- en otras posiciones relativas es todo un acto de organización. Un ejercicio de cartografía. Y toda una actividad proyectiva.
Toda mudanza es una exploración. Un estado intermedio para volver a mirar los objetos –tus objetos- en otro lugar. Para crear una escenografía nueva en otra casa. Para configurar atmósferas propias en otras habitaciones. Y todo un reto: para intentar desembalar -desagrupar- desacoplar (de cajas estandarizadas) cada elemento y componer con todos los fragmentos un nuevo espacio personalizado.
Toda mudanza es, al final, una invasión. Es adentrarse en la memoria. Tu memoria. Es una mutación. Tu mutación.
Referencias:
(1) Auster, Paul. El Palacio de la Luna (Moon Palace). Anagrama, 2014.
(2)Íbid.
(3)Íbid.
---------------------------------índice-----------------------------