Sobre lo inútil.
Rubén Páez, Barcelona
I. Las cosas inútiles
En los mercados callejeros es fácil encontrar antigüedades de todo tipo: piezas de menor o mayor valor, piezas únicas o auténticos tesoros que salen a la luz. Todos los objetos han ocupado anteriormente un lugar, y muchos de ellos han tenido un significado especial para alguien, han construido una historia particular y han estado vinculados emocionalmente. Representan la memoria de las vidas de sus propietarios. Objetos adquiridos que empezaron a engrosar supuestamente la lista de cosas inútiles que conforman un hogar.
Mirando a nuestro alrededor advertimos que los objetos que compramos cada año y entran a nuestro hogar es mayor de los que salen. Existe hoy en día la corriente de expulsar aquellos que no nos hacen felices, pero ¿quién es capaz de distinguir entre esos objetos? Existe también la corriente que uno no puede tener objetos inútiles, pero ¿acaso no vivimos rodeados de cosas que no sabemos muy bien para que sirven?
Afirmaba Karl Marx que “la producción de muchas cosas útiles da lugar a muchas personas inútiles”. Aunque este postulado ideológico se refiriese a los bienes de consumo en detrimento del trabajo de las clases trabajadoras, en la actualidad percibimos que todo lo que nuestra sociedad capitalista nos quiere vender en ocasiones como útil, es inútil ¿Acaso no vivimos en una sociedad que nos permite vivir sin deseos, pero no vivir sin necesidades? Paradójicamente, el dinero es la forma “corporal” del capitalismo y es éste el que establece los lazos de confianza sociales.
II. Los inútiles (1)
Era 1953 cuando Federico Fellini estrenaba su tercera película como director, I vitelloni (traducida en nuestra cartelera como Los inútiles). El neorrealismo era la corriente cinematográfica de la época, y aunque había participado en numerosos guiones, debutaba en la dirección ganando un León de Plata en el Festival de Cine de Venecia. En una Italia de cambios profundos en la sociedad, Fellini, describe las vivencias de cinco jóvenes, los “vitelloni” (terneros que aún se amamantan), amantes del ocio, de la diversión pero de una existencia vacua. Los jóvenes, atrapados en la rutina de un pueblo costero sin oportunidades, fatigan sus “cómodas” y aburridas vidas sin hacer nada por evitarlo. En una secuencia muy evocadora, los cinco amigos otean, sentados en un muelle sobre el mar, el horizonte lamentando su incierto porvenir.
Fellini, a través de un humor agridulce y en ocasiones cruel, expone el drama y el conflicto social de unos “jóvenes” que convierten la inutilidad en una elegía. Una amarga reflexión sobre la existencia con la que muchos nos hemos podido sentir alguna vez en nuestra vida reflejados. Más allá de todo lo que uno se pierde por el estancamiento vital y la desidia, quizás en la inutilidad de los “vitelloni” para alcanzar una posición social, exista una cierta forma de bondad.
Hay que esperar hasta el final para comprobar la amargura y desolación con la que uno de los protagonistas, Moraldo, coge el tren para intentar cambiar su falta de destino. Montado ya en el tren, su amigo Guido desde el andén le pregunta a dónde y por que se marcha. Él, sin saber muy bien que responder, contesta con un dubitativo: -No lo sé, debo irme. Me voy. Moraldo huye hacia un lugar desconocido intentando encontrar una alternativa a la vida que lleva y le oprime.
III. La utilidad de lo inútil (2)
Con este título se presenta el manifiesto en forma de libro escrito por el profesor de literatura italiano Nuccio Ordine. A través de los pensamientos, citas, disquisiciones de reconocidos escritores, científicos, poetas y filósofos, hace un alegato y elogio de lo inútil.
Ordine apunta que es más fácil entender para que sirve un objeto como un vaso que comprender para que puede servir la literatura, la música o el arte. Eso es lo inútil, todo aquello que en un momento determinado nos puede enseñar a vivir y a distinguir entre lo esencial y lo accesorio, todo aquello que nos permite cultivar una pasión o un placer desinteresado.
En la actualidad, afirma Ordine, tenemos más necesidad de lo inútil que de lo útil, pero aún así es pesimista y considera que lo útil está por encima de lo inútil y que lo que aporta beneficios está por encima de lo que no. Pero, ¿cuántas veces hemos pensado sobre la inutilidad de lo útil? La respuesta es muchas veces. Por tanto, es fácil pensar que muchas cosas que la sociedad nos hace pasar por inútiles se acaban convirtiendo en útiles ¿cuantas veces hemos encontrado en lo inútil la evasión, a la vez que los recursos para salir de situaciones complejas?
El arte es una de esas “cosas inútiles”. El pintor mallorquín Miquel Barceló afirmaba en una entrevista reciente que “El arte es una inutilidad esencial”. En este sentido Ordine reconoce que el arte nace con un gesto inútil, porque el arte es cualquier cosa que provoca, y por tanto sólo se puede apreciar, únicamente, a través del desinterés. El desinterés debe ser el motor en la percepción del arte. El espectador no debe aproximarse a los objetos artísticos con el fin de poseerlos, sino que debe hacerlo por el propio acto de su contemplación.
IV los espacios inútiles. (2)
Posiblemente nos costaría definir una utilidad específica, de aquellos espacios de la arquitectura que no sabemos como clasificar y que transitan entre el medio exterior y el interior construido. Probablemente su propia naturaleza los hace inclasificables, y ya sabemos que lo que no se puede clasificar acaba pasando inadvertido, pero su existencia hace impensable negar la utilidad de estos espacios inútiles. Si tuviéramos que nombrar, en la historia de la arquitectura, a algún tipo de espacio en el que la sensación interior-exterior se haya visto socavado, probablemente nos referiríamos a ciertas figuras de la sinrazón del diseño arquitectónico: las follies.
Existió en una época pretérita, en el denominado Siglo de las Luces, la necesidad y el placer de algunos arquitectos por diseñar objetos arquitectónicos que no encarnaran función alguna, más allá de ser emblema de lo inútil. Locura, capricho, excentricidad, extravagancia… han sido términos que los historiadores han usado para definir el propósito de estas construcciones. Sin saber muy bien que ofrecer, exhortaban la inutilidad como cualidad sin la que hubieran carecido de sentido. Las arquitecturas de las follies se convirtieron, en una metáfora visual de ideas sublimes, literarias, fantasiosas, históricas, o en un viaje a un pasado glorioso entre muros sin sentido. El uso repetido, aunque puesto en duda, es el que acabó dando sentido a este objeto arquitectónico. Con toda seguridad, las follies han servido para oponer la utilidad de los espacios inútiles al exceso de raciocinio y control de la arquitectura en su historia.
Notas:
(1). I Vitelloni. Federico Fellini (1953)
(2). Ordine, Nuccio. La utilidad de lo inútil. Acantilado 2013
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